No sabías —ni debías—
que eras muerte disfrazada,
pero en ti vi la estocada
más suave de mis agonías.
No sabías que al tocarme
despertaste lo dormido,
que un demonio arrepentido
decidió quedarse a amarme.
Subíamos —escaleras
como tumbas invertidas—
y mis sombras escondidas
te buscaban, prisioneras.
No fue luz lo que me diste,
fue el derecho a estar quebrada,
fue la ruina tan dorada
que en el barro me pusiste.
Me miraste. Fui de hielo.
Fui reliquia. Fui tormenta.
Tu presencia me revienta
lo que aún quedaba en duelo.
Un abrazo. El calendario
se partió sin avisarme.
Y entendí que no salvarme
era un acto voluntario.
Pero tú —qué blasfemia—
me abrazaste más de un día.
Me dejaste la herejía
de creer que soy poema.
Y no sabes —nunca supiste—
que me hiciste transitar
del abismo a un palpitar
más oscuro, más robusto, más triste.
Sigo rota. No me curo.
Pero al menos ya respiro.
Ya no finjo. Ya no miro
con el alma en el conjuro.
Ahora siento, como fiera
que aprendió a morder despacio.
Ya no temo el breve espacio
entre la muerte y la espera.
Tu existencia me arrojó
al incendio más callado.
No fue amor. Fue un condenado
que al tocarme preguntó:
“¿Qué haces viva si estás muerta?”
Y al final, sin pretenderlo,
me dejaste el arte eterno
de sentir con la carne abierta.
Que hermoso
Me encantó!!!